La vida religiosa es una vida de renuncia: renunciamos a las cosas, las abandonamos y las dejamos ir. Para la mente mundana, “renuncia” puede sonar a querer deshacerse de algo, a condenar el mundo de los sentidos o a rechazarlo porque vemos algo malo en él. Pero la renuncia no es un juicio moral sobre lo que sea. Es un alejamiento de lo que complica la vida y la hace difícil, hacia la simplicidad última de la atención plena en el momento presente. Porque la iluminación es aquí y ahora; la Verdad es ahora. No hay nadie para convertirse en lo que sea. No hay nadie que haya nacido o que vaya a morir, solo hay este eterno ahora. Esta consciencia ahora, es con lo que podemos conectar, a medida que abandonamos las apariencias y las tendencias habituales, y tendemos hacia esta simple reflexión sobre el presente.